viernes, marzo 31, 2006

El Sabor de la Sangre (Parte 3)

Brrrrrrrrrr!Brrrrrrrrrrr! Me despertó el sonido del timbre maltrecho de la puerta principal. Yacía en el suelo del cuarto de baño. No sabría decir el tiempo que estuve allí tirado, pero fue el suficiente como para saber que me dolía todo el cuerpo del frío suelo. Trate de reincorporarme para abrir la puerta, puesto que el timbre seguía sonando estruendosamente, la cabeza me iba a estallar. Conseguí aferrarme al lavabo y me dispuse a caminar rumbo al piso de abajo. Mientras seguían llamando al timbre, sentía cada vez un dolor mas intenso en mi sien. Lancé un grito para que cesaran de llamar, y paró al instante. Me costó bastante bajar las escaleras, me sentía muy débil. Finalmente alcance la puerta y la abrí. Me alcanzó un rayo de sol en plena frente, y empecé a notar que me quemaba. Volví a meter la cabeza dentro de casa mientras lanzaba un quejido. Yo ni siquiera había reparado en mirar quién era quien había llamado tan insistentemente a la puerta. Resultaron ser el ama de llaves y su marido. Estaban bastante asustados por mi estado. Era domingo, y como todos los domingos, solía bajar al pueblo para escuchar la primera misa, y ese día había faltado, lo cual no era normal. Cruzaron el umbral los dos, y se acercaron para verme mejor. Yo seguía encogido quejándome por la quemazón que me había producido el débil rayo de sol. Se pusieron a hablar entre ellos sobre mi estado de salud, y dijeron que pasarían el día entero cuidándome, que no tenía buen aspecto. Era su día libre, y aún así decidieron pasarlo conmigo. Son los dos muy buenas personas, gente decente y amable. Me criaron de pequeño, y todavía siguen conmigo como el primer día.
Decidieron que sería mejor que me metiera en la cama, mientras ellos preparaban algo de comer. Una sopa caliente, le sentaría bien a mi desdichado cuerpo. Así hicimos, Alfred me ayudó a subir por la escalera mientras Matilde fue a la cocina a preparar una suculenta sopa, de las que ella sabía hacer mejor que nadie. Por fin hube llegado a mis aposentos, me tumbé en la cama, y Alfred me arropó con la gran manta que la cubría. Lo cierto es que tenía cierta sensación de frío, sentía escalofríos que me recorrían el cuerpo, pero lo que más me intrigaba, era aquella quemadura que había sentido por el rayo de sol; era totalmente imposible aquello. Me encanta pasear por el campo, y sentir la brisa en mi cara mientras cabalgo a lomos de mi blanco corcel. Dejé la ciudad justo para sentir más cerca la vida en el campo, la naturaleza. Aquello me dejó pensativo durante unos minutos, hasta que una campanita sonó a la entrada de la puerta. Alfred estaba allí junto a Matilde, con una bandeja de plata y un gran plato de sopa caliente. Todavía humeaba, así que tuve que decirles que la depositaran sobre mi mesita de noche para que se enfriara un poco antes de tomarla. Aquel caldo olía muy bien, era capaz de averiguar cada uno de los ingredientes; sentía que mi nariz distinguía todos por separado, sin importar su mezcla. Pude apreciar el ajo, las hierbas aromáticas que tanto le gustaba usar a Matilde, y un toquecito de cilantro. Siempre se me hacía muy difícil diferenciar olores y sabores, pero en ese momento, aprecié la sopa con todos los sentidos. Una vez se hubo enfriado, les pedí a los dos que me dejaran a solas mientras cenaba; ya habían hecho suficiente por mi ese día. Ellos obedientemente se marcharon sin poner ninguna objeción, pero yo sabía que no abandonarían la casa, se dedicarían a sus tareas cotidianas hasta que mi salud mejorara un poco.
Una vez se marcharon, me reincorporé un poco, adoptando una postura para tomarme la sopa. Alcancé la bandeja y la posé sobre mis piernas. Cogí la cuchara, llenándola todo lo que pude, y la introduje en la boca. La primera sensación fue de un placentero calor que bajaba por mi garganta, pero se fue tornando cada vez más abrasivo. Sentía fuego. Rápidamente agarré la jarra de agua, y comencé a beber desesperado. Dolía, quemaba, me desgarraba por dentro. No podía entenderlo, la sopa ya no estaba caliente. ¿Qué me estaba ocurriendo?. Pensé que no era buena idea tratar de terminarme aquella sopa después de la primera cucharada, así que dejé la bandeja encima de la mesita, y me dispuse a dormir. Me sentía agotado, dolorido, abrasado. Estaría mejor por la tarde, o eso creía yo hasta ese momento. Apagué la luz, y comencé a soñar...

Fin tercera parte

jueves, marzo 30, 2006

El Sabor de la Sangre (Parte 2)

Una vez abajo, comencé a preguntarme de dónde salió esa valentía para hacer lo que estaba haciendo. Y casi sin tiempo para poderme dar una respuesta que me satisfaciera, noté una pequeña brisa a la espalda, rozándome el cuello. Me giré saltando como un resorte, pero no logré ver nada, todo estaba muy oscuro en la planta baja. Tenía que dar una luz cuanto antes. La valentía de la cual había hecho acopio, se estaba disipando a pasos agigantados. Fui bordeando la pared con las manos, palpando cada centímetro de ella, en busca del interruptor que me sacara de la tenebrosa oscuridad. Por fin di con él, y pulsé rápidamente el mecanismo. Se hizo la luz. El vestíbulo se encontraba solitario. No parecía que hubiera indicios de que alguien hubiera estado merodeando por esa zona de la casa. Fui a la puerta de entrada, para cerciorarme que estuviera cerrada. Cuando me acercaba a ella lentamente, la luz desapareció tan velozmente como había venido al encender el interruptor. Ahora sí estaba realmente asustado. Dentro de mi cabeza solamente era capaz de escuchar los golpes que provocaba mi corazón acelerado. Comencé a temblar sin parar; estaba tan nervioso que no sabía que hacer. Pasaron veinte o treinta minutos antes que pudiera dar un paso. Al final, logré serenarme, y me dije que sería alguna avería del tendido eléctrico. Habían sido una serie de coincidencias, ruidos, corrientes de aire y averías. Una vez más tranquilo y con la respiración más pausada, comencé de nuevo a caminar por el vestíbulo. Cuando me quise dar cuenta, tenía sangre corriendo por mi mano derecha. Había apretado tanto el atizador por el miedo, que me clavé el pincho que llevaba en un lateral. Ahora sí empezaba a doler un poco. Decidí que lo más sensato sería dejar mi búsqueda del intruso ficticio e ir a curarme la herida, que no paraba de sangrar. Logré llegar a la comienzo de la escalera como pude a oscuras. Cuando me disponía a plantar el pie en el primer escalón, noté que algo se abalanzaba sobre mí, no me dio tiempo a reaccionar y me desplomé sobre el suelo. Esto todo lo que recuerdo de esa noche; Al despertar, me encontraba tendido justo donde me desplomé. Ya había amanecido y un certero rayo de sol alcanzaba mi cara. Me dolía todo el cuerpo. Noté que tenía sangre fresca en mi mano, y pensé la herida seguiría abierta, puesto que no me había dado tiempo a llegar a curármela, cuando algo me atacó por la espalda.
Conseguí llegar al cuarto de baño; que allí era donde almacenaba el botiquín de curas y todo tipo de medicinas. Abrí las puertas del armario blanco, y me vi reflejado en el espejo. Tenía la cara completamente blanca, parecía un muerto. Podía ver las venas de color verdoso sin ningún tipo de dificultad. Había perdido mucha sangre. Cuando miré la herida de la mano, había parado de sangrar, se había producido ya costra. Entonces empecé a pensar cómo demonios había sangre fresca en mi mano, si mi en herida había cesado. Observándome fijamente frente al espejo, pude descubrir dos minúsculos puntos rojos en mi cuello que todavía rezumaban sangre. Era mía. Me desmayé..

Fin segunda parte

jueves, marzo 02, 2006

El Sabor de la Sangre

Dong...! Dong...! Dong...! Así hasta doce veces sonó el reloj de pared del salón. Fue justo en la última campanada cuando abrí los ojos. Estaba recostado en el sofá. La copa que tenía en la mano cuando me quedé dormido, yacía en el suelo y el contenido se había derramado por la alfombra de pelo. Todavía se podían ver los hielos del whisky, aún no se habían derretido del todo. Corría una ligera brisa de aire frío, y sonó un golpe seco en la ventana. Sobresaltado giré la cabeza, y vi que la ventana se encontraba abierta, de ahí el frío. Me acerqué a cerrarla y oí un crujido bajo mis pies, cuando miré hacia abajo, pude ver restos de barro en la alfombra. Lo cierto es que me extrañé mucho, puesto que ese día no había pisado la calle como para poder haber ensuciado ahí con mis botas. No le di más importancia, ya que todo parecía estar en orden, así que me di la vuelta y salí de la habitación para ir a dormir a mi cuarto. Según avanzaba por el largo pasillo a oscuras, pude escuchar lo que parecía ser una puerta en la parte de abajo. Ese fin de semana estaba sólo en la casa, y hacía horas que la cocinera había abandonado la casa. Lo cierto es que pensé al principio, que podía ser fruto de mi imaginación, todavía seguía con los ojos medio dormidos del letargo del sofá. De repente, volví a escuchar un golpe como el anterior, y en ese momento sí me sobresalté, aquello no había sido mis fantasías. Me puse muy nervioso, el móvil por aquellos parajes de montaña no tenía ningún tipo de cobertura, y el teléfono común no llegaba aún hasta la zona, por lo que no podía pedir ayuda de ningún tipo. Traté de buscar algo que pudiera servirme de defensa ante el intruso que encontrara. Solamente se me ocurrió coger el atizador de la chimenea, como en tantas películas antiguas había visto. Era muy grande, tuve que sostenerlo con las dos manos. Me sentí por un momento como un gladiador romano en la arena del circo, dispuesto a enfrentarse con su propia muerte, sin temor, mirándole fijamente a los ojos. La situación resultaba bastante cómica. Yo estaba aterrado, con un albornoz de casimir azulón y zapatillas de estar por casa, blandiendo un atizador. Salí del salón, y bajé las largas escaleras de madera. Con cada crujido, mi corazón se aceleraba más y más. Al llegar abajo, parecía que fuera a estallar en mil pedazos. Contuve la respiración. Por fin estaba en la planta baja.


Fin primera parte