miércoles, agosto 30, 2006

El Vigilante Nocturno (Parte 2)

22 Marzo 1990

La noche anterior resultó ser muy tranquila y agradable. No hubo ningún tipo de contratiempo y pude ver una de mis series favoritas de televisión junto a un café caliente que me había preparado en la vieja cafetera de la sala de vigilantes.

Estaba ya en mi segundo día de vigilancia y pensé que debía bajar a los sótanos puesto que el día anterior fue la parte que me faltó por visitar del edificio, me vendría bien familiarizarme con las plantas bajas del edificio. Mi superior me comentó que la parte de los sótanos eran laboratorios y salas de terapias que usaban para el tratamiento de los enfermos. Lancé una mirada a mi compañero canino y no me hizo falta ningún gesto más para que se levantará y me siguiera caminando. Salimos de la sala y nos dirigimos a las escalares de bajada a los sótanos, cogimos las de la izquierda. Estaba muy oscuro, y en aquella parte del edificio no había luz natural, ni tampoco eléctrica, por lo que tuve que coger mi linterna de mano y encenderla para proseguir nuestro camino. El olor era fuerte y pestilente, la mezcla del éter y los hedores de algo en descomposición atrajeron mi atención. Si había algo en pudriéndose ahí abajo, debía averiguar que era, es parte de mi trabajo. Me tape la nariz como pude con la mano contraria a la linterna, para tratar de evitar en la medida de lo posible el hedor. Azucé al perro para tratar de descubrir su procedencia, y me condujo por un pasillo estrecho lleno de puertas metálicas a ambos lados del pasillo. Podía escuchar cada uno de mis pasos retumbando en las paredes del pasillo, nunca había estado en un sitio así antes. Finalmente, mi amigo canino se detuvo delante de una de las puertas, parecía cerrada. Trate de abrirla girando el pomo, pero no funcionaba bien el mecanismo, el pomo giraba y giraba, pero sin llegar a abrir la puerta. Al Final, opté por la opción mas contundente, me separé de la puerta, dejé el perro a un lado, y golpeé fuertemente con mi pie en el mismo pomo de la puerta. La patada que lancé, hizo temblar la puerta entera y se abrió un poco. Tuve que volver a coger carrerilla y lanzar otro golpe seco y duro. Y conseguí abrirla del todo, golpeando la pared al abrirse estruendosamente. Me asomé con cuidado, y descubrí el motivo por el cual no podía abrir la puerta bien. Un mueblo parecido a un armario estaba bloqueando la puerta. Comencé a pensar cuál era el motivo de ese mueble ahí colocado y mejor aún, cómo habían podido colocarlo si la habitación aparentemente no tenía ninguna otra puerta visible. Abrí el armario con cuidado, y pude ver que había una gran cantidad de frascos y tarros de cristal llenos de fetos deformados, pulmones, cerebros y otro tipo de órganos humanos. Entonces pensé que el olor a éter y descomposición sería tal vez porque algún tarro se hubiera roto y se quedará al aire alguno de estos artículos macabros enfrascados. Estuve merodeando un rato por la habitación, tratando de encontrar otra salida de esta, puesto quien bloqueara esa puerta, debió salir por algún lugar. La habitación tenía varias camillas de hospital, y una gran mesa en el centro. Parecía una mesa de operaciones antigua. Cuando rodeaba la mesa, golpeé algo con la pierna. Pegué un salto hacia atrás del susto. Enfoqué con la linterna y vi un brazo humano colgando de la bandeja de debajo de la camilla. Me acerqué con cuidado, observando detenidamente. El cuerpo estaba en estado de descomposición. Tenía un traje de doctor puesto y se encontraba en posición fetal. Tal vez, no hubiera otra salida de la habitación, lo que ese hombre quería era que nadie entrara dentro. Aquello me empezó a inquietar un poco. De repente, el perro comenzó a gruñir hacia la puerta de entrada, y rápidamente fije la vista en ella. No me dio tiempo a ver nada más que algo parecido a una sombra que cruzaba por ella. Grite ‘Alto!’, pero no obtuve respuesta. Desenfundé mi pistola y salí con el perro al pasillo con mucho cuidado. Cuando estaba totalmente fuera, ya no había nadie en él. Estaba muy nervioso y no sabía que hacer. Supuse que habría visto mal la sombra y se habría dirigido a la siguiente planta. Fui hacia las escaleras por las que entré en esa planta, y descendí una más. Seguía habiendo un fuerte olor a putrefacción, la atmósfera allí abajo estaba incluso más cargada que la anterior. Estuve caminando a lo largo del pasillo pero no vi nada anormal. El perro seguía nervioso, y eso me alteraba aún más. Recorrimos el pasillo entero y no observé ninguna puerta abierta, de hecho sabía que todas las puertas del segundo sótano estaban todas cerradas con llaves. Yo tenía las llaves en mi sala. Tras unos minutos paseando por el pasillo, conseguimos mi amigo y yo relajarnos un poco, y la tensión desapareció. Seguramente nos confundiríamos y no veríamos nada, pero el miedo y la imaginación se contagian, incluso de las personas a los animales. Ya me había pasado con algún otro animal durante el trabajo en otros sitios. Casi sin querer, resultaba que ya había recorrido todo el edificio, con lo que ya sabía por donde hacer mi ronda. Solamente había una puerta en el sótano, en la segunda planta, que daba al exterior a través de una sinuosa escalera. Creo que era el camino para sacar los desechos que se utilizaban en medicina, jeringuillas, medicinas caducadas y otro tipo de elementos.

Era ya la hora de cenar, y después de la tensión que había sufrido, cenar era lo mejor que me podía pasar para calmarme y relajar un poco la mente. No podía estar así de nervioso en un turno completo por la noche, acabaría conmigo. Cuando conseguí llegar a la salita de recepción, me desplomé sobre el sillón, necesitaba un cigarrillo, pero justamente esa misma semana pensé que ya era hora de dejarlo. No podía ni fumar un triste cigarrillo, así que me puse a cenar para calmar mis nervios. Tenía preparado un arroz con salteado de verduras de casa, así pues lo introduje en el microondas, y cuando sonó después de calentarse, lo puse sobre la mesa y lo terminé rápidamente. Mi amigo todavía tenía comida del día anterior en su bol. Tras la comida, me llené una buena taza de café humeante. Mi noche acababa de empezar, y no parecía muy tranquilo el comienzo…


fin segunda parte

miércoles, agosto 23, 2006

El Vigilante Nocturno

21 Marzo 1990

Yo no quería mudarme de ciudad, pero por motivos de trabajo no me quedó otra opción que trasladarme. Soy guarda jurado. Mi trabajo es bastante monótono, y sobretodo los largos turnos nocturnos llenos de café y aburridas caminatas. Me enviaron a custodiar un antiguo edificio que iban a rehabilitar para convertirlo en un hospital. Mi trabajo consistía básicamente en evitar que se colaran dentro mendigos, juerguistas y cualquier otro tipo de gente con ganas de armar jaleo. Así que preparé las maletas y me largué a toda prisa de mi apartamento.

Cuando llegué a mi nuevo hogar, me personé en la oficina de mi superior tras pasar por mi nuevo apartamento para dejar mi equipaje. Me asignaron un compañero poco usual para mí, era un perro. Un pastor alemán con mirada simpática que no dejaba de mover el rabo de izquierda a derecha. Rápidamente nos hicimos amigos, era muy sociable. Sería mi compañero para mis turnos de noche en el edificio. Tras las instrucciones precisas de mi superior, llevé al perro hasta el jeep y nos pusimos en marcha hacia el edificio. El sitio estaba en lo alto de una pequeña montaña rodeada de un tupido bosque de pinos, hasta donde llegaba una sinuosa carretera llena de baches. La carretera no llegaba hasta arriba del todo, tuve que dejar el jeep en un paraje situado a unos 2 kilómetros del edificio. Después de la caminata a pie con el perro y mi mochila, encontré una gran verja de hierro muy alta, era la puerta del complejo. En un cartel se podía advertir que aquello era una propiedad privada y estaba prohibido el paso a toda persona que no fuera del centro. Había sido un psiquiátrico durante los años de la Guerra Civil, pero lo cerraron por causas desconocidas en la época de los años cincuenta. Cruzamos la verja, soltó un gran chirrido que hizo elevarse una bandada de cuervos que estaban en el patio frente al edificio. El perro salió corriendo tras ellos pero no alcanzó ninguno. Le llamé, se acercó de nuevo corriendo, era un perro muy bien adiestrado y no tendría ningún problema al respecto.

Seguimos avanzando hacia la puerta principal, me habían dicho que me debería de instalar en la garita que encontraría en la misma entrada, lo que era la antigua recepción del psiquiátrico. Para entrar por la puerta principal había que subir unas quejumbrosas escaleras, muy deterioradas por el viento y la lluvia. El centro se cerró hacía muchos años, era normal el estado de deterioro que se podía observar. La fachada era de piedra de granito, con muchas ventanas de madera, las cuales estaban desconchadas en su mayoría. La entrada parecía un pequeño porche de madera con unas columnas de piedra en sus flancos. En su época de esplendor debió ser muy impresionante, ya que era una gigantesca edificación de piedra. Pasamos dentro, la puerta estaba sin llave y tan sólo había que empujarla para pasar al interior. El suelo era de madera, se podía oír cada pisada junto con un crujido. En el interior había un silencio aterrador, un escalofrío me recorrió la espalda en el hall. Rápidamente me dejé de ensoñaciones y me dirigí con mi mochila al interior de la secretaría, tenía que aprovechar la poca luz que quedaba, puesto que anochecía, para dar una vuelta por el lugar y familiarizarme con él lo antes posible. En la secretaría me habían colocado una cama y una televisión con una antena de cuernos. Si quería podía utilizar el cuarto de baño que había justo enfrente de la secretaría, cruzando el hall, lo habían habilitado para los guardias de seguridad. También disponíamos de un pequeño frigorífico, donde podíamos guardar algo de comida y alguna bebida, pero nada de cervezas, porque nos tenían prohibido el alcohol durante las rondas, aunque siempre se podía conseguir alguna para beber relajadamente.

Cuando coloqué las cosas de mi mochila en la pequeña taquilla que teníamos, me dirigí con mi nuevo compañero al hall. Frente a la puerta de la entrada tenía un ascensor que estaba sin conectar, ya que el edificio no disponía de electricidad, a excepción de nuestras dependencias, para las que usábamos un generador de gasoil. Existían también unas escaleras flanqueando el ascensor, que subían por todas las plantas. El edificio tenía 3 plantas más dos sótanos. Me encaminé por la escalera de la derecha para subir al primer piso. Era una escalera de mármol, muy lujosa, con barandilla de madera noble. Las paredes eran de un blanco espectral, llenas de telarañas por todos los sitios, lo que denotaba que no había pasado por ahí nadie en mucho tiempo. De hecho, las únicas personas que paseaban por el lugar eran los guardias de seguridad y no se pondrían a limpiar por muy aburridos que estuvieran. Conseguí llegar al primer piso, era un largo pasillo con puertas en uno de los lados, la mayoría de ellas eran habitaciones, otras eran cuartos de materiales de los enfermeros y algún que otro aseo. Las plantas del edificio, a excepción de la baja, formaban un cuadrado con un gran patio interior. Podía ver el resto de los pasillos desde donde estaba, ya que todos los pasillos de todas las plantas daban al patio interior. En el patio había una gran fuente con una estatua en el centro, y algo parecido a un pozo en una de las esquinas. Las hierbas estaban muy altas, no había árboles. Descubrí andando por los pasillos, que había más escaleras para subir al resto de las plantas, de hecho, había una por cada lado del cuadrado, menos en la principal que eran dos. Pude ver camillas en los pasillos y algunos objetos de la época por el suelo, como si el edificio hubiera sido abandonado a toda prisa y todo el mundo dejara lo que tenía en las manos para huir. Caminé durante unas dos horas por todas las plantas superiores del edificio, la noche cayó y decidí continuar mi inspección por las plantas del sótano al día siguiente, con lo que había visto era suficiente para hacerme una idea del lugar que tenía que custodiar. Era ya la hora de cenar, me esperaba un tierno pollo asado que tendría que calentar en el microondas de mi particular cuartel general. Una vez hube degustado la sabrosa cena, y el perro sus galletas para perros, nos pusimos en marcha. La noche era apacible y el viento ululaba pausadamente.

fin primera parte