jueves, diciembre 14, 2006

Travesía Salada (Parte 4)

Me encontraba dormido en cubierta cuando el cascabel que tenía mi caña de pescar sonó. El tintineo fue muy ligero, pero el suficiente como para despertarme de mi pequeño sueño. Observé la punta de mi caña y comenzaba a doblarse hacia abajo con lentitud; parecía que había pescado algo y por la manera de arquearse parecía una pieza grande. Me levanté y agarré con firmeza la caña mientras trataba de recoger el sedal con el carrete; tenía que ser un movimiento lento pero firme para que la presa no se soltara del anzuelo. El caso es que no parecía que ofreciera mucha resistencia mi contrincante puesto que recogía sedal sin apenas oposición. Tenía ya prácticamente el hilo enrrollado cuando vi que algo asomaba por la superficie que parecía un trozo de tela de color negro. Seguí arrastrándolo hacia el barco y de pronto grité espantado. Aquello que había pescado no era un pez, ni si quiera un neumático, se trataba de nuestro desaparecido Jim. Acudieron todos donde yo me encontraba y con cara de asombro comenzaron a lanzar gritos al aire. Nadie podía creer lo que estábamos viendo con nuestros propios ojos. Jack y Peter se apresuraron en ayudarme para subir a bordo lo que quedaba de nuestro amigo. Parecía que había sido atacado por algún depredador mientras estaba en el agua y por ello, gran parte del cuerpo había desaparecido. El cadáver estaba lleno de marcas de dentelladas por la parte inferior. Solamente había quedado intacto de cadera para arriba. Decidimos que lo mejor era introducir los restos de Jim en el arcón que teníamos para la carne congelada y así tratar de mantener los restos hasta llegar a puerto y que tuviera un entierro digno.

Pasado un rato nos encontrábamos todos conmocionados sentados junto a la mesa de la cocina. Nadie era capaz de decir palabra alguna. Aquello era un duro golpe para el grupo; todos éramos como hermanos y uno de nosotros había terminado de esa manera el viaje soñado. Finalmente, nuestro capitán rompió el silencio. Comentó que lo mejor que podíamos hacer era dar media vuelta y tratar de regresar al puerto del que partimos en la costa, ya que nos encontrábamos en mitad de la travesía hasta la primera parada y en aquella pequeña isla no habría posibilidades de enviar a tierra firme el cuerpo, no siendo por barco. Todos asentimos con la cabeza y volvimos al más profundo silencio.

Pasó lentamente la tarde y llegó la noche. Seguíamos sentados alrededor de la mesa. Algunos por la tensión, se habían quedado profundamente dormidos, otros, en cambio, como Phil y yo, teníamos la mirada perdida en el infinito tratando de encontrar alguna explicación para el fatídico hecho, pero por más que me repetía la pregunta, cada vez hallaba menos respuestas y sentido a aquel asunto. ¿Cómo había podido subir a cubierta en el estado en que se encontraba, y mucho menos llegar hasta la barandilla para caer al agua?

Phil se levantó para preparar algo para cenar y consiguió hacer el suficiente ruido como para despertar al resto de compañeros. Esta vez la cena no sería una fiesta como la de la noche anterior. De hecho Phil hizo un comentario sobre que había que alimentarse aún más en los momentos de depresión y tristeza; había leído en alguna extraña revista médica que era lo que se recomendaba en estos casos. Así que todos le hicimos caso y nos pusimos a colaborar para colocar todo lo necesario en la mesa.

La cena resultó ser muy silenciosa puesto que nadie tenía ganas de hablar de lo sucedido, pero no paraba de escucharse el sonido tintineante del cristal de la botella de whisky con la que estábamos acompañando la cena. Todos teníamos muchas ganas de emborracharnos para olvidar un poco lo sucedido. Así pues, cayeron dos botellas durante la cena, con lo que al terminar nos encontrábamos demasiado alcoholizados como para recoger algo de la mesa. Decidimos permanecer sentados en el sitio hasta que se pasara un poco el efecto.

Mientras seguía bebiendo Peter, ya que él no paró ni un segundo. Todos le mirábamos con tristeza, se le veía profundamente afectado; era su amigo y todo aquello había sucedido en su barco. Cuando posó sobre la mesa la botella de whisky tras haber rellenado su vaso hasta arriba, comenzó a reírse. Comenzó siendo una pequeña carcajada, pero aquello fue dando paso a una risa histérica y fuera de control. Peter había roto de la tensión que tenía acumulada y de la risa grotesca mudó al llanto más triste que jamás había escuchado.