lunes, junio 29, 2009

El Holocausto del Cazador (Cap.11)

Fuimos cayendo y golpeándonos contra el suelo, según nos arrastraban al exterior. Un grupo de hombres armados, de pié junto a nosotros, nos apuntaba con sus fusiles. Mi hermano estaba quejándose bastante del fuerte golpe contra el suelo, parecía dolorido de la espalda. Seguramente, habría ido a parar encima de alguna piedra, habiéndole lastimado la zona lumbar.
Nos levantaros bruscamente del suelo y nos condujeron, agarrados por los brazos, hacia el interior de un gran edificio militar. Estábamos en alguna zona aeroportuaria de la zona. Todo estaba lleno de grandes hangares donde seguramente habría parafernalia militar de todo tipo. Una vez nos adentraron, pude observar todo el dispositivo que habían montado. Había varios helicópteros Apache, tres cazas con bombas bajo sus alas, y decenas de hombres uniformados, ataviados con trajes especiales NBQ. Cruzamos todo el hangar hasta llegar a unas puertas metálicas. Tuvieron que teclear un código para tener acceso, y las puertas se abrieron ante nosotros. Era el acceso a un ascensor. Entraron con nosotros, dos de los cuatro militares que nos custodiaban, los otros permanecieron fuera hasta que se volvieron a cerrar las puertas y desaparecieron de nuestra vista. Uno de nuestros guardianes pulsó el último botón de larga lista de opciones que ofrecía la botonera. No pude contar exactamente la cantidad de pisos que había porque nos dispusieron de cara a la pared, no querían que viéramos absolutamente nada. El ascensor comenzó a desplazarse rápidamente hacia abajo. La velocidad era vertiginosa para ser un ascensor, por lo que no pude calcular la cantidad de plantas que descendimos. Paramos violentamente y las puertas se abrieron de nuevo. Allí nos esperaban más militares con sus trajes NBQ. Nos entregaron a las nuevas compañías y volvieron a introducirse en el ascensor. Nuestros nuevos captores nos condujeron por un largo pasillo, lleno de fluorescentes que hacían oscilar la luz. Muchos de ellos intermitentes, queriendo dejar entrever que tarde o temprano necesitarían ser cambiados. Después de una larga caminata por pasillos estrechos, varios giros a derecha y otros tantos a izquierda, terminamos frente a una gran puerta con un símbolo de peligro biológico pintado en su centro. La imagen era muy inquietante. Uno de los militares apretó el botón del lateral derecho y la puerta se abrió. De pronto descubrí qué era lo que estaba ocurriendo. Nos estaban preparando para una ducha de desinfección bacteriológica. Allí se encontraban unos hombres preparando nuestro baño. Nos hicieron desnudarnos y entregarles toda nuestra ropa. Pete al principio se negó a ello, tenía mucha vergüenza de su cuerpo, además de haber estado tanto tiempo sin relación con nadie más del exterior que mi persona, por lo que se había vuelto algo huraño. No tuvo más remedio que hacer caso a las peticiones de estos hombres, porque no destacaba la amabilidad en ellos. En el fondo, yo mismo pensaba que estaban haciendo lo correcto y yo habría hecho lo mismo. Ser aséptico en esos momentos, ayudaba mucho a cumplir con las exigencias de los protocolos extraordinarios para situaciones no corrientes.
Una vez nos hallábamos desnudos nos indicaron que nos introdujéramos en el interior de unas cabinas con grandes cristales transparentes y paredes de azulejos. Cada uno de los dos en habitáculos diferentes. Cerraron ambas puertas y comenzaron a salir chorros de agua a presión de las paredes. El agua estaba congelada y dolía al golpear el cuerpo de lleno. No podía ver a mi hermano, cómo se encontraba, cómo se sentía en esos momentos tan degradantes para cualquier persona. Cuando cesaron los chorros de agua, comenzó a salir vapor muy caliente por otros agujeros de la pared. Ahora nos querían poner al vapor. Cada vez me sentía más y más como una verdura antes de ser engullida. El cambio de temperatura era terrible. Sentía pinchazos por todo el cuerpo. Solamente esperaba que todo aquel sufrimiento y falta de información, supusiera el comienzo de un camino a una vida normal, como antes de que ocurriera toda esta desgracia.

Fin Cap.11

domingo, mayo 31, 2009

El Holocausto del Cazador (Cap.10)

Pete acudió nada más comencé a sollozar. Se lanzó sobre mí con los brazos abiertos, todo cuanto podía abarcar, para tratar de consolarme. ‘Has hecho todo lo posible, no llores porque seguro que nos han visto’, es lo que me dijo mientras me abrazaba con fuerza. Pasado un rato, recuperé la compostura y pude darme cuenta que mi hermano no me había soltado en ningún momento, seguía tal y como había estado al comienzo. Le devolví el abrazo y nos levantamos ambos. Le invité a seguirme a la cocina para preparar algo de comer; comer siempre nos relajaba. Fuimos hasta la cocina para calentar algo de té que había sobrado por la mañana y nos sentamos mientras esperábamos. La tetera comenzó a silbar al cabo de unos minutos y me levanté para colocar un par de tazas grandes sobre la mesa con un poco de azúcar. El té terminó de hervir y me disponía para servirlo en las tazas, cuando de pronto un gran estruendo procedente de la puerta exterior nos hizo saltar del susto. Nos quedamos paralizados por un instante, pero pronto reaccionamos y suponíamos que la ayuda que tanto anhelábamos aparecería en nuestra busca. Me dirigí había la escalera que daba acceso a la salida. Cuando abría la puerta de subida me encontré con un grupo de hombres ataviados con trajes tipo NBQ, mostrando unas máscaras negras conectadas a botellas de oxígeno y apuntándome con fusiles de asalto. Me quedé completamente aterrado observando aquella escena dantesca. Pete gritó desde el fondo para saber si había algún problema, pero no pude articular palabra alguna. Me apartó uno de los hombres, dejando pasar a la mitad del grupo hacia donde se encontraba mi hermano. Con un gesto me indicaron que fuera para el interior y así hice. Seguían manteniendo sus armas apuntando y no decían nada de lo que pretendían. Cuando llegué al punto desde donde partí para abrir la puerta, me encontré a mi hermano que también le estaban apuntando con las armas, lo que me hizo ponerme muy nervioso, era sólo un crío, no tenían por qué aterrorizarlo gratuitamente. Me abalancé sobre él para apartarlo de las miradas de los fusiles y antes incluso de que llegara a rozarle, uno de los hombres me asestó un golpe brutal en plena cara con la culata de su arma. Caí totalmente inconsciente en el suelo, eso es todo lo que recuerdo de ese momento. Cuando desperté, me encontraba junto a mi hermano. Estábamos atados de pies y manos con bridas de plástico, totalmente inmovilizados y con vestimenta NBQ, rodeados de aquellos hombres armados en lo que parecía ser un camión de transporte militar. Había visto demasiadas películas bélicas como para que la escena no me sonara o me pareciera conocida, aunque hubiera sido en la pantalla y no en la vida real. Esto era ahora en la vida real, y lo cierto es que daba mucho más miedo. En un momento dado, alcé la mirada tratando de levantar un poco la cabeza, me quedé fijamente mirando a uno de aquellos hombres. Pensaba en preguntar algo para obtener algún tipo de información de lo que estaba pasando. Sin darme tiempo a realizar mi pregunta, aquel hombre al que miraba, me soltó un golpe con su bota en la cabeza. El dolor era muy intenso pero conseguí aguantar sin gritar. No lograba entender qué era lo que estaba pasando, ni quiénes eran aquellos hombres con tan malas formas. Éramos las víctimas de una guerra nuclear. Llevábamos varios meses encerrados en aquel búnker y resulta que esto no era lo que estábamos esperando como rescate.
Cuando estuve recuperado del golpe recibido, conseguí ver a Pete, estaba tendido y me miraba fijamente sin decir nada. Vi en sus ojos lo asustado que se encontraba, así que traté de darle confianza mediante un pequeño guiño con el ojo. No obtuve respuesta por su parte.
El camión se detuve un instante y prosiguió la marcha al cabo de un par de minutos. Sobrepasamos un par de baches antes de que se detuviera completamente el vehículo. Una vez parados, bajaron el portón trasero y comenzaron a descender rápidamente todos los hombres. Nos cogieron de los pies, arrastrándonos por el suelo del camión hacia el exterior.

Fin Cap.10

miércoles, abril 29, 2009

El Holocausto del Cazador (Cap.9)

El sonido del agua entrando en el motor era más que evidente, atronador. Sonaron un par de golpes fuertes por efecto del aire, o al menos eso supuse yo. Por más que traté de purgar el circuito para liberar el aire, siempre quedan bolsas residuales, que golpean las paredes interiores de las tuberías cuando son empujadas violentamente por el torrente de agua. Así que todo parecía bastante normal, aunque sonara como si fuera a desmontarse aquella obra de ingeniería improvisada. Pete parecía no respirar, sólo miraba atentamente sin pestañear. El agua comenzó a escucharse a través de los distintos conductos metálicos del invento. Se podían observar varias fugas de agua que empapaban el suelo. No parecían afectar al caudal efectivo que generaba la bomba, así que de momento no era preocupante. Todo estaba funcionando como había diseñado en un principio. El suelo se llenaba de charcos de agua, pero la potencia de la máquina no descendía. Me era imposible saber a ciencia cierta si el géiser producido por la bomba en la superficie era lo bastante grande como para que alguien del ejército que merodeara por la zona lo viera. Pero tendríamos que confiar en que así fuera, ya que no teníamos manera alguna de asomarnos, la radiación nos habría matado.
Pete me preguntó si había funcionado bien el diseño, a lo que le respondí con un rotundo y enérgico sí. “Sí, Pete, ha funcionado a las mil maravillas, ahora sólo queda esperar que lo vean!”. Lo siguiente que hicimos, fue cerciorarnos que la máquina funcionaba sin pararse. Cada hora se acercaba uno de los dos al cuarto para vigilar el sistema. Nos íbamos turnando, mientras nos dedicábamos a nuestras tareas cotidianas. Esa noche se nos hizo demasiado larga para los dos. Permanecimos despiertos en nuestras respectivas camas, a la espera de escuchar algún tipo de señal desde el exterior que indicara que nos habían encontrado, pero la cruda realidad de la mañana nos mostró que no había habido actividad alguna por nuestra zona. La máquina seguía funcionando, pero cierto era que no tendríamos ni gasolina suficiente, ni agua acumulada para aguantar mucho más tiempo a la espera del rescate. La situación podía volverse harto complicada si no nos descubrieran pronto. Finalmente me quedé profundamente dormido después de la tensión acumulada del día.
Un gran alboroto en el exterior me sacó del sueño en el que me hallaba inmerso. Me levanté como un resorte y fui corriendo a despertar a Pete. Se levantó muy agitado y comenzó a lanzar gritos, tratando que nos escucharan desde el exterior. Estábamos en un estado de gran nerviosismo y excitación, era un momento crucial para nuestro rescate y salir de aquel agujero en el que llevábamos tanto tiempo encerrados.
El sonido que llegaba de fuera era muy fuerte, como si multitud de carros de combate arrasaran con todo lo que encontraban a su paso. Lo cierto es, que posiblemente fuera así la situación, puesto que si las cosas no habían cambiado mucho desde la explosión inicial, no quedaría nada con vida en la superficie que pudiera resultar dañado. Nosotros, mientras tanto, seguíamos lanzado gritos de auxilio por si podíamos ser escuchados. De pronto, una tremenda explosión nos lanzó al suelo. Se cayeron objetos de las estanterías, la radio también cayó y se rompió contra el suelo. Nos quedamos completamente paralizados y aturdidos después de aquello, no entendíamos que había podido ocurrir. Luego, cuando empecé a recuperar algo de sonido en mis oídos, ya que la explosión me había dejado los tímpanos retumbando, escuché atentamente un pequeño ruido que manaba del fondo del pasillo. Asomé la cabeza y vi como un pequeño torrente de agua salía del cuarto donde teníamos la bomba que habíamos construido para ser rescatados. El corazón me dio un vuelco tremendo. Sentía una fuerte taquicardia y sudor frío me recorría la frente, descendiendo por mis cejas y cayendo hasta el mentón. Me dirigí hacia la habitación, sosteniéndome con las paredes, me encontraba muy aturdido aún y no tenía el equilibrio recuperado. Llegué al umbral de la puerta y pude ver el motivo de aquella tremenda explosión; había reventado el motor que provocaba el géiser. Todo estaba lleno de humo y había un fuerte olor a carburante. En un instante, me sentí completamente desolado. Dejé caer mi cuerpo sobre mis rodillas, hasta tocar con ellas el suelo. Me eché a llorar.

Fin Cap.9

martes, febrero 17, 2009

El Holocausto del Cazador (Cap.8)

La carcasa de aquel artilugio estaba con una buena capa de óxido que dificultaba mucho la retirada de las tuercas que la sujetaban al chasis. Para su separación tuve que desenroscar seis tuercas de un tamaño enorme. Las maquinarias antiguas eran mucho más robustas que las actuales, esa gente fabricaba para que algo durara toda una vida. Una vez tuve desmontada la carcasa externa, pude ver realmente qué material tenía para realizar nuestra misión. Constaba de un motor diésel de cuatro cilindros en línea, la bomba de agua en sí, varios filtros, un rudimentario ventilador para refrigerar el sistema y un amortiguador de choque. La idea principal era invertir el proceso de bombeo, para lanzar el chorro de agua al exterior y crear el géiser que nos haría visibles a los soldados. Pasé un buen rato descubriendo cómo estaban todos los elementos interconectados entre sí, pero finalmente lo conseguí con bastante éxito. Tendría que cambiar, simplemente, un par de tomas de entrada con unas de salida y el problema quedaría aparentemente resuelto, sin que nada dañara el motor, con la consecuente relajación de evitar así la fatídica situación de que el motor quedara inutilizado. Así me dispuse a cambiar los tubos tal y como había ideado, sin tener muchos problemas para ello. A falta de colocar el último de ellos, sentí un leve chasquido y la goma se resquebrajo en mis manos; tenía una gran abertura longitudinal. El resultado era un tubo de goma roto en mis manos. Pete se quedó inmóvil y solamente pudo salir de su boca : “Bufff!”. Estaba claro que era una situación bastante delicada y tendríamos que ingeniarnosla para solventar aquel contratiempo. Empapado en sudor por la tensión y con las manos llenas de grasa y óxido, decidí tomarme un pequeño descanso para así pensar con calma alguna manera de reparar aquello.
Estuve tirado en la cama durante media hora, mientras Pete se afanaba en encontrar algún repuesto de esa pieza por todo el búnker, sin resultado satisfactorio. Repuesto mentalmente de lo sucedido, me fui a la cocina para tomar una taza de café que me despejara la mente. El bueno de mi hermano se había encargado, como de costumbre, de prepararme un humeante café en una gran taza. Era siempre muy bueno y servicial conmigo, no podía fallar en mi cometido ahora, era mi turno. Mientras saboreaba mi delicioso café, vino a mi mente la idea más extraña y loca del mundo, pero tal vez podría llegar a valernos. Bebí de un trago lo poco que quedaba en mi taza y le pedí a Pete que fuera a por mi cartera. Fue hacia mi cuarto en tanto que yo localizaba alguna lata vacía de las que solíamos gastar de nuestras provisiones. Encontré una lata en perfecto estado y con el diámetro lo más parecido al tubo que se había roto. Fui para el compartimento de la bomba y mi hermano detrás. Entretanto estaba probando las dimensiones de la lata dentro del conjunto, le dije que abriera mi cartera y sacará de uno de los laterales un preservativo. Normalmente solía llevar uno encima por si conseguía conocer alguna chica dispuesta a tener sexo, y ahora mismo daba gracias por no haberlo usado una de esas noches. Después de mirar la lata, cogí el preservativo abriéndolo cuidadosamente, pues no sabía el tiempo que llevaba en mi cartera aplastado y era vital que no se rasgara. Lo dejé cuidadosamente sobre mi pierna, para coger la lata y con unos alicates de corte, que Pete me había acercado, recortarle la base con sumo cuidado. Pedí que me pasara una pequeña lima y comencé a repasar todas las rebabas. Una vez quedó perfectamente limado todo, deposité el profiláctico en el interior, sujetándolo por uno de los bordes de la lata convertida en tubo. Estire la otra parte y le hice un pequeño corte circular a la otra parte del preservativo, colocándolo en el otro borde del tubo. Tenía ahora una tubería metálica recubierta internamente de goma, lo cual me haría encajar perfectamente con la salida de la bomba, y la lata evitaría que la presión la hiciera reventar, revistiéndola lo suficiente para contener el paso del agua. Encajé lo mejor que pude mi invento, en sustitución del tubo rajado. Si el remedio fallara, no sé que podría hacer para arreglarlo, así que mejor no pensar en fracasos y activar el mecanismo sin más. La adrenalina me recorría el cuerpo entero. La cara de Pete era un suspiro, como cuando se ve lanzar un penalti en el último minuto de un partido. Le pedí que me diera la mano para que entre los dos apretáramos el botón de arranque del motor. 'Todo saldrá bien', le dije. Pulsamos y aquello empezó a sonar atronadoramente. La respiración quedó contenida.

Fin Cap.8

viernes, enero 09, 2009

El Holocausto del Cazador (Cap.7)

Entre tanta conversación con posibles soluciones para que nos localizaran nuestros tan ansiados rescatadores, llegó la hora de cenar. Nos dispusimos como cualquier otra noche a preparar algo de cenar antes de irnos a dormir. Posiblemente, después de haber estado analizando la idea de la bomba en mi cabeza, pusiera en marcha el proyecto a la mañana siguiente. El tiempo que perdíamos allí debajo podría resultarnos luego fatal.
Con la cena ya en la mesa, y teniendo todo dispuesto para empezar, le pedí a Pete que encendiera la radio para ver si volvíamos a escuchar la misma grabación de otras veces, que aunque no decía nada nuevo, alimentaba la esperanza de salir de esta deplorable situación. Así lo hizo y comenzamos a cenar. Cuando estábamos ya tomando los postres, la grabación apareció en las ondas. Era la misma de siempre, repitiendo palabra tras palabra aquel mensaje que nos sabía a victoria. Pero esta vez la grabación terminó con un mensaje nuevo. Decía que durante los próximos tres días rastrearían la zona de Oxshott, justo donde se encontraba el búnker. Así pues, definitivamente a la mañana siguiente tendríamos que ponernos a trabajar en la ocurrencia y hacer que funcionara para salir de aquella ratonera.
Terminamos de cenar y recogimos todo con bastante celeridad. Teníamos que descansar mucho y estar todo lo frescos que pudiéramos para pensar con claridad y hacer todo con el mayor cuidado. No dispondríamos de muchas oportunidades, sobretodo si la bomba llegara a estropearse al cambiar el giro de funcionamiento. Apagamos todas las luces y nos acostamos. Pasé la noche entera en blanco de los nervios. Supongo que mi hermano durmió a pierna suelta, se fía tanto de mí que no tenía ningún miedo a que pudiera fallar mi idea. Me idolatra demasiado, ya crecerá.

Al día siguiente, seguía tal y como me había acostado, con los ojos abiertos e inmóvil con la mirada clavada en el techo blanco. Había escuchado levantarse a Pete e ir a la cocina, creo que estaba preparando un desayuno enérgico. Parecía de muy buen humor y animado; se le oía canturrear. Decidí cargarme de energía positiva y salté de la cama para vestirme e ir a desayunar. Toda la noche en vela no había afectado a mi cuerpo; había conseguido descansar aún habiendo estado despierto. La adrenalina por la emoción mantenía a raya al agotamiento. Por fin listo para desayunar, hice mi aparición en la cocina. Pete me dio unos alegres y sonoros buenos días, con una sonrisa que iluminaba su rostro; era positivismo en estado puro, nada podía salir mal con tanto brío. El olor a café recién hecho flotaba en el aire y daba gusto sentir como entraba por la nariz suavemente y se alojaba en las fosas durante unos segundos. Para acompañar había preparado unas tiras de bacon en lonchas de las que teníamos en latas. Aquello no era lo mismo que el recién cortado en la charcutería, pero en esas circunstancias y después de tanto tiempo así, sabía a pedacito de cielo en la boca.
Sentados saboreando aquellos manjares, parecía que hubiéramos terminado todo el trabajo que estaba aún por hacer, pero fue un momento de relajación único.
Todo lo bueno se termina alguna vez, y el desayuno no iba a ser menos. Así que nos dispusimos a hacer acopio de herramientas que pudiéramos necesitar. Lo cierto era que para ser un búnker con tantos años desde que lo construyera en abuelo, estaba muy bien pertrechado con todo tipo de materiales para trabajar, alimentos, y algún que otro lujo como la radio. Cogimos todo lo que creíamos necesario y nos fuimos al final del pasillo del búnker, justo donde se encontraba la bomba del agua. Había visto alguna que otra bomba de ese tipo, pero aquella era bastante más antigua de las que conocía, la debió colocar allí el abuelo después de las primeras veces que se usó el lugar como cobijo. Le pedí una llave fija a Pete y comencé a desmontar la carcasa. Necesitaríamos ingenio y algo de suerte; éramos capaces de todo, un buen equipo.

Fin Cap.7