24 Marzo 1990
Pasó mucho tiempo hasta que pude escuchar un ruido procedente del pasillo, alguien se acercaba muy despacio, las pisadas eran lentas y pesadas. El corazón me latía como si fuera a salirse del pecho, estaba muy acelerado. La tensión era máxima a medida que oía los pasos más y más cerca en
Pasó de largo y se colocó a la espalda de la silla donde estaba, entonces escuche un ruido, había abierto un cajón de una mesa y sacó algo, no pude ver lo que era. Un momento después pude sentir en mi propio cuerpo qué había cogido. Me puso una mordaza de cuero con una bola de goma en la boca, por lo visto le había sentado mal que abriera
Estaba tan asustado y dolorido que solamente podían salir de mí lágrimas y algún que otro gemido de dolor, era incapaz de articular palabra alguna. El monstruoso ser rompió a reír, su risa era aterradora, lanzaba una especia de graznidos entre respiración y respiración. El miedo ya era algo más que palpable.
Aparte de la sangre que no paraba de salir de mi oído, gotas de sudor me recorrían el rostro para caer en mi regazo y las manos no cesaban de temblarme. De pronto, escuché otro chasquido metálico y me temía lo peor. No noté ningún tipo de dolor, no me había vuelto a lastimar. Aquel sádico estaba jugando conmigo, quería aterrorizarme aún más si cabía. Su risa cesó mientras buscaba algo revolviendo los cajones. Los sonidos no cesaban de retumbar en mi cabeza. Me estaba torturando física y mentalmente. Estuvo largo rato rebuscando en los cajones a mi espalda, para finalmente ponerse delante de mí y desplegar sobre una mesita portátil, una especie de toalla llena de instrumentos que parecían ser material quirúrgico de aquel lugar. Abrí los ojos horrorizado y comencé a balbucear.
En la toalla había todo tipo de herramientas, desde un simple y afilado escalpelo hasta un trepanador. Volvió a desaparecer por mi espalda en busca de más objetos. Sabía que si no conseguía desatarme de aquella silla estaba muerto. Aquel siniestro ser no tenía intenciones de liberarme. Me puse a pensar en un posible modo de escapar de las sujeciones de la silla, pero parecía lo suficientemente fuertes como para no poder realizar movimiento alguno para zafarse. Intenté aletear con los brazos fuertemente sin conseguir nada. Tenía otra sujeción apresándome el cuello con lo que no podía hacer muchos gestos con la cabeza, estaba parcialmente apresada. Probé a mover las piernas con fuerza y pude notar que la correa del pie derecho cedía un poco. Parecía que no había atado bien esa correa con la emoción de haber capturado su presa, a mí. Con un movimiento fuerte pude arrancar la correa del pie derecho, conseguí tener una pierna libre al menos.
No me había dado cuenta con mis intentos de fuga y ya había terminado de buscar lo que necesitaba, se había acercado lo suficiente, pero no como para haberse percatado de la liberación de mi pierna derecha. Esta vez había cogido una especie de lámpara médica como las que se usan en las observaciones rutinarias que usan los especialistas. La colocó frente a mí y
fin cuarta parte