miércoles, abril 29, 2009

El Holocausto del Cazador (Cap.9)

El sonido del agua entrando en el motor era más que evidente, atronador. Sonaron un par de golpes fuertes por efecto del aire, o al menos eso supuse yo. Por más que traté de purgar el circuito para liberar el aire, siempre quedan bolsas residuales, que golpean las paredes interiores de las tuberías cuando son empujadas violentamente por el torrente de agua. Así que todo parecía bastante normal, aunque sonara como si fuera a desmontarse aquella obra de ingeniería improvisada. Pete parecía no respirar, sólo miraba atentamente sin pestañear. El agua comenzó a escucharse a través de los distintos conductos metálicos del invento. Se podían observar varias fugas de agua que empapaban el suelo. No parecían afectar al caudal efectivo que generaba la bomba, así que de momento no era preocupante. Todo estaba funcionando como había diseñado en un principio. El suelo se llenaba de charcos de agua, pero la potencia de la máquina no descendía. Me era imposible saber a ciencia cierta si el géiser producido por la bomba en la superficie era lo bastante grande como para que alguien del ejército que merodeara por la zona lo viera. Pero tendríamos que confiar en que así fuera, ya que no teníamos manera alguna de asomarnos, la radiación nos habría matado.
Pete me preguntó si había funcionado bien el diseño, a lo que le respondí con un rotundo y enérgico sí. “Sí, Pete, ha funcionado a las mil maravillas, ahora sólo queda esperar que lo vean!”. Lo siguiente que hicimos, fue cerciorarnos que la máquina funcionaba sin pararse. Cada hora se acercaba uno de los dos al cuarto para vigilar el sistema. Nos íbamos turnando, mientras nos dedicábamos a nuestras tareas cotidianas. Esa noche se nos hizo demasiado larga para los dos. Permanecimos despiertos en nuestras respectivas camas, a la espera de escuchar algún tipo de señal desde el exterior que indicara que nos habían encontrado, pero la cruda realidad de la mañana nos mostró que no había habido actividad alguna por nuestra zona. La máquina seguía funcionando, pero cierto era que no tendríamos ni gasolina suficiente, ni agua acumulada para aguantar mucho más tiempo a la espera del rescate. La situación podía volverse harto complicada si no nos descubrieran pronto. Finalmente me quedé profundamente dormido después de la tensión acumulada del día.
Un gran alboroto en el exterior me sacó del sueño en el que me hallaba inmerso. Me levanté como un resorte y fui corriendo a despertar a Pete. Se levantó muy agitado y comenzó a lanzar gritos, tratando que nos escucharan desde el exterior. Estábamos en un estado de gran nerviosismo y excitación, era un momento crucial para nuestro rescate y salir de aquel agujero en el que llevábamos tanto tiempo encerrados.
El sonido que llegaba de fuera era muy fuerte, como si multitud de carros de combate arrasaran con todo lo que encontraban a su paso. Lo cierto es, que posiblemente fuera así la situación, puesto que si las cosas no habían cambiado mucho desde la explosión inicial, no quedaría nada con vida en la superficie que pudiera resultar dañado. Nosotros, mientras tanto, seguíamos lanzado gritos de auxilio por si podíamos ser escuchados. De pronto, una tremenda explosión nos lanzó al suelo. Se cayeron objetos de las estanterías, la radio también cayó y se rompió contra el suelo. Nos quedamos completamente paralizados y aturdidos después de aquello, no entendíamos que había podido ocurrir. Luego, cuando empecé a recuperar algo de sonido en mis oídos, ya que la explosión me había dejado los tímpanos retumbando, escuché atentamente un pequeño ruido que manaba del fondo del pasillo. Asomé la cabeza y vi como un pequeño torrente de agua salía del cuarto donde teníamos la bomba que habíamos construido para ser rescatados. El corazón me dio un vuelco tremendo. Sentía una fuerte taquicardia y sudor frío me recorría la frente, descendiendo por mis cejas y cayendo hasta el mentón. Me dirigí hacia la habitación, sosteniéndome con las paredes, me encontraba muy aturdido aún y no tenía el equilibrio recuperado. Llegué al umbral de la puerta y pude ver el motivo de aquella tremenda explosión; había reventado el motor que provocaba el géiser. Todo estaba lleno de humo y había un fuerte olor a carburante. En un instante, me sentí completamente desolado. Dejé caer mi cuerpo sobre mis rodillas, hasta tocar con ellas el suelo. Me eché a llorar.

Fin Cap.9