lunes, octubre 27, 2008

El Holocausto del Cazador (Cap.4)

Durante los siguientes días, no cesaron los estruendos de artillería por todas partes. Tratábamos de conciliar el sueño, pero era prácticamente imposible llegar a quedarse profundamente dormido con tanto ataque. Seguíamos sin noticias de nuestros progenitores, lo que nos hacía perder toda esperanza de que hubieran sobrevivido al primer día de los ataques. Mientras tanto, procurábamos mantenernos ocupados, leyendo con la luz que proporcionaba el generador, o bien hablando a oscuras durante horas para ahorrar el máximo de energía, ya que las baterías no eran de larga duración. Nos alimentábamos de latas que teníamos en la despensa y bebíamos el agua que la potabilizadora limpiaba. Por suerte, papá me enseñó a utilizarla unos meses antes de que estallara el conflicto. Teníamos casi todo lo que necesitaban un par de chicos sanos y fuertes para sobrevivir. Lo que más echábamos de menos era la compañía. De hecho, Pete se volvió más callado con el paso de los días. Él no dijo nada, pero yo estaba seguro que echaba tanto de menos a papá y mamá, que una profunda tristeza le embargaba.
Pasaban las semanas sin que nada nuevo sucediera. Las noticias emitían pequeños boletines a ciertas horas puntuales del día, pero sin dar ninguna nueva información. El tedio se hacia presa de nosotros y comenzábamos a tener algunas riñas. El humor era cada vez más irascible y hacía que cualquier ínfimo detalle fuera el detonante de una discusión a gritos, donde normalmente se terminaba cuando alguno golpeaba la pared con un puñetazo. Por supuesto, yo era el mayor y aún me respetaba lo suficiente para no encararse. Siempre hemos estado muy unidos, pero tanta presión y los cambios radicales que habían acontecido eran una carga demasiado pesada incluso para un adulto, cuanto más aún para un par de jovenzuelos con la testosterona disparada.
En la pared teníamos un calendario de 1945 con muchos días seguidos marcados, que terminaban justo el 8 de Mayo, día que se declaró la derrota de Alemania en la Segunda Guerra Mundial. Allí estaban marcados todos y cada uno de los días que los abuelos junto con mi padre, permanecieron a cubierto por temor a más bombardeos como los del año 40, que arrasaron gran parte del centro de la ciudad. Aunque por suerte para ellos, estaban los suficientemente alejados como para que en la superficie no hubiera merodeando nazis, cuando iban a por provisiones a las granjas cercanas. Muchas veces pensaba, que si ellos pudieron salir adelante viviendo en peores condiciones durante cinco años, nosotros podríamos soportarlo también. Pero no siempre era sencillo pensar de esa manera, y me derrumbaba rompiendo a llorar en alguna habitación, no quería que Pete me viera decaer. Yo era un gran apoyo moral para él, un ejemplo de rectitud y fortaleza ante lo que estaba ocurriendo. Era importante mantener la fé que tenía depositada en mi persona.
Un día, investigando los cajones de un armario, conseguimos un lapicero que decidimos utilizar para apuntar todos los días que iban pasando, tal y como hicieron nuestros familiares años atrás. Así pues, cogimos el calendario y sin desarmarlo, lo colocamos de tal forma que pudimos escribir por la parte trasera. No quisimos deshacernos de tal recuerdo y tratar de mantenerlo lo más intacto que pudimos. Entonces, nos turnamos uno cada día para encargarse de anotar el día que era. Llegamos incluso a apuntar las fechas de cumpleaños de la gente que conocíamos. Era una manera de pasar el tiempo como otra cualquiera, que nos hacía especialmente felices, recordando a las personas que conocíamos y contando algún tipo de anécdota relacionada con ellas.

Fin Cap.4

No hay comentarios: