domingo, julio 25, 2010

El Holocausto del Cazador (Cap.16)

Cuando estaba a la altura de la puerta, abrí lentamente como si algo fuera a suceder de repente. No parecía que hubiera nadie en el exterior. Asomé la cabeza sin ver figura alguna. Era un pasillo muy largo, flanqueado de puertas metálicas con cierres, como la que acabábamos de abrir. Con un gesto, le dije a Pete que esperara dentro, para que yo comprobara que no había peligro alguno antes de que él saliera. Me incorporé y salí por la puerta sigilosamente. Una vez fuera, anduve unos cuantos pasos para comprobar que no había ningún guardia, con un gesto hice que Pete saliera al pasillo conmigo. Una vez estábamos fuera ambos, comenzamos a caminar hacia el inicio del pasillo, por donde habíamos entrado a aquel lugar. Las puertas que nos rodeaban estaban cerradas. De algunas parecían venir llantos y gemidos de personas que estaban en nuestra situación. Por un momento pensé en ponerme a gritar y salir huyendo de allí, estaba aterrado. Nos detuvimos un instante y nos miramos fíjamente. Por un instante, tuve la sensación de habernos comunicado telepáticamente. Pareció que nos leyéramos el pensamiento, y sin decir una palabra, empezamos a abrir los cerrojos de todas aquellas puertas, de principio a fin. Cuando llegamos al final del pasillo, habíamos abierto más de treinta puertas. Nadie salía al pasillo, no había movimiento de ningún tipo.
Cuando íbamos de vuelta al principio del pasillo, comenzamos a oír unos golpes muy leves, procedían del interior de una de las habitaciones. De pronto, del resto de habitaciones empezaron a escucharse los mismos ruidos, al unísono, como si de un ejército se tratara. Los golpes se hicieron cada vez más fuertes y cercanos. Empezaron a salir personas de sus celdas, golpeando con fuerza las paredes. Estaban muy sucios, alguno con la barba muy larga. Sus ropas parecían sacadas de un basurero por lo que apestaban. Habían convivido desde quién sabe cuándo y completamente hacinados. Había habitaciones de las que salían hasta diez personas; cubículos donde no cabrían más de tres personas. Venían en grupo hacia donde estábamos situados, parecía que fueran a aplastarnos. Nos pegamos a la pared, junto a la puerta de salida, que estaba cerrada. Se fueron colocando según iban llegando. No cabía ni un alma más en aquel pasillo. De pronto, uno de ellos golpeó varias veces la puerta. Hubo un silencio sepulcral, todo el mundo estaba expectante. Un cerrojo se escuchó al otro lado de la puerta, abriéndose esta unos centímetros. No llegó a pasar un segundo de lo ocurrido cuando la gente salió en estampida, arrasando con todo lo que se encontraban a su camino. El guardia que abrió el cerrojo de la puerta sin preguntar, quedó aplastado contra el suelo. La gente pasaba por encima de él sin que le hubiera dado tiempo a alertar al resto de sus compañeros de lo que se avecinaba.
Nosotros nos quedamos en el mismo sitio donde estábamos, siendo observadores de aquella marabunta incontrolada. Cuando pasaron todos, cruzamos la puerta, comprobando el estado en que habían ido dejando el resto de estancias que se encontraban abiertas. Varios guardias tendidos en el suelo, yacían muertos bien por aplastamiento o por golpes de la masa enfervorecida.

Fin Cap.16

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