viernes, septiembre 22, 2006

El Vigilante Nocturno (Parte 4)

24 Marzo 1990

Tras un rato de gritos desesperados desistí y me callé. Silenciosamente comencé a mirar a mí alrededor y pude reconocer la habitación donde me encontraba, era la misma en la que hallé el cuerpo sin vida el día anterior. Estaba bastante aturdido, no sabía que hacer. Atado a esa siniestra silla, la habitación en silencio y con la sola luz que emitía una gran vela blanca situada en una de las mesas.

Pasó mucho tiempo hasta que pude escuchar un ruido procedente del pasillo, alguien se acercaba muy despacio, las pisadas eran lentas y pesadas. El corazón me latía como si fuera a salirse del pecho, estaba muy acelerado. La tensión era máxima a medida que oía los pasos más y más cerca en la oscuridad. Los pasos de repente cesaron. Todo se quedó en completo silencio como antes, fue entonces cuando escuché un chasquido metálico. El sonido me recordó al que hacen las tijeras al cortar, ese tintineo de sus afiladas hojas. Algo asomaba por la puerta, a la cual me encontraba situado de frente, por lo que pude ver perfectamente al ser que entraba en la habitación. Comencé mirando sus pies, pero no pude llegar a verlos porque los pantalones eran demasiado largos para dejarlos al descubierto. Pude observar que llevaba una bata blanca como la que llevan los médicos en los hospitales. Cuando giré los ojos en las manos descubrí de donde procedía el sonido metálico que escuché anteriormente, se traba de unas enormes tijeras de podar como las que usan los jardineros. Llevaba la cara tapada por una máscara de color rojo con cuernos, parecía una especie de representación burda del diablo. Se acercó a mí despacio mientras yo le gritaba que qué estaba haciendo, qué pretendía hacer conmigo. Mucha gente estaría buscándome si al terminar mi turno no regresaba a dar parte a la central. Él simplemente me observaba, sin decir una sola palabra.

Pasó de largo y se colocó a la espalda de la silla donde estaba, entonces escuche un ruido, había abierto un cajón de una mesa y sacó algo, no pude ver lo que era. Un momento después pude sentir en mi propio cuerpo qué había cogido. Me puso una mordaza de cuero con una bola de goma en la boca, por lo visto le había sentado mal que abriera la boca. Yo seguía haciendo ruidos tratando de hablar, pero era imposible sacar alguna palabra inteligible con aquel artilugio en mi boca. Escuché un grito muy fuerte junto a mi oído derecho y paré al instante, me quedé petrificado. Acto seguido sonó un fuerte chasquido y comencé a sentir un agudo dolor en la el mismo oído del grito. La sangre comenzó a brotar a raudales y caía por el cuello y los hombros. Mi oreja se precipitó al suelo. Me había cortado la oreja derecha aquel individuo.

Estaba tan asustado y dolorido que solamente podían salir de mí lágrimas y algún que otro gemido de dolor, era incapaz de articular palabra alguna. El monstruoso ser rompió a reír, su risa era aterradora, lanzaba una especia de graznidos entre respiración y respiración. El miedo ya era algo más que palpable.

Aparte de la sangre que no paraba de salir de mi oído, gotas de sudor me recorrían el rostro para caer en mi regazo y las manos no cesaban de temblarme. De pronto, escuché otro chasquido metálico y me temía lo peor. No noté ningún tipo de dolor, no me había vuelto a lastimar. Aquel sádico estaba jugando conmigo, quería aterrorizarme aún más si cabía. Su risa cesó mientras buscaba algo revolviendo los cajones. Los sonidos no cesaban de retumbar en mi cabeza. Me estaba torturando física y mentalmente. Estuvo largo rato rebuscando en los cajones a mi espalda, para finalmente ponerse delante de mí y desplegar sobre una mesita portátil, una especie de toalla llena de instrumentos que parecían ser material quirúrgico de aquel lugar. Abrí los ojos horrorizado y comencé a balbucear.

En la toalla había todo tipo de herramientas, desde un simple y afilado escalpelo hasta un trepanador. Volvió a desaparecer por mi espalda en busca de más objetos. Sabía que si no conseguía desatarme de aquella silla estaba muerto. Aquel siniestro ser no tenía intenciones de liberarme. Me puse a pensar en un posible modo de escapar de las sujeciones de la silla, pero parecía lo suficientemente fuertes como para no poder realizar movimiento alguno para zafarse. Intenté aletear con los brazos fuertemente sin conseguir nada. Tenía otra sujeción apresándome el cuello con lo que no podía hacer muchos gestos con la cabeza, estaba parcialmente apresada. Probé a mover las piernas con fuerza y pude notar que la correa del pie derecho cedía un poco. Parecía que no había atado bien esa correa con la emoción de haber capturado su presa, a mí. Con un movimiento fuerte pude arrancar la correa del pie derecho, conseguí tener una pierna libre al menos.

No me había dado cuenta con mis intentos de fuga y ya había terminado de buscar lo que necesitaba, se había acercado lo suficiente, pero no como para haberse percatado de la liberación de mi pierna derecha. Esta vez había cogido una especie de lámpara médica como las que se usan en las observaciones rutinarias que usan los especialistas. La colocó frente a mí y la encendió. Una luz cegadora me alcanzó a los ojos, podía notar el calor del foco sobre mi cara, era muy potente.

fin cuarta parte

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