martes, octubre 10, 2006

El Vigilante Nocturno (Parte 5)

El Vigilante Nocturno (quinta parte)

25 Marzo 1990

Sentía como caían gotas de sudor por mi cara, recorriendo los surcos de las facciones y alguna que otra cicatriz. De pronto se hizo una sombra en mi rostro y esa máscara macabra volvió a aparecer ante mis ojos. Podía ver las pupilas dilatadas de sus ojos y notar su respiración acelerada. Se volvió a apartar de mí y la luz cegadora volvió a golpear mis ojos, no podía ver nada más que una luz blanca. Movió la lámpara para iluminar la parte derecha de mi desvencijado cuerpo y ahora sí pude observar que estaba tratando de hacer ese loco. Llevaba en la mano una especie de aspirador formado por una barra metálica larga y delgada. El cuerpo de la máquina lo llevaba colgado al cuerpo mediante una bandolera. No se me ocurría que querría hacer con semejante aparato, entonces fue cuando se volvió hacia la bandeja de elementos quirúrgicos y logró alcanzar el trepanador. Yo simplemente miraba atento cada uno de los lentos movimientos de aquel tipo, sin pensar en nada más que poder soltarme de aquel potro de tortura donde me encontraba sentado. Comencé a hacer fuerza con los brazos para tratar de arrancar las correas que me retenían y dar puntapiés al aire para liberarme las piernas, cuando ya había conseguido zafarme de la correa en mal estado de la pierna derecha sentí un dolor como nunca antes había notado, un pinchazo en el lateral derecho de mi cabeza. Había logrado clavarme el trepanador. Me retorcía de dolor mientras el sádico comenzaba otra vez su ritual de risas y alaridos.

Sacó de nuevo el instrumento para volverlo a hundir sobre el hueco que había dejado y solté otro grito de dolor al tiempo que me estremecía de nuevo. Fue tan fuerte el gesto que hice que logré saltar las correas de ambas piernas y lanzar varias patadas al aire. El monstruo estaba tan excitado con su malévolo juego que no se percató de mi liberación.

Se colocó justamente detrás de mi cabeza mientras yo gritaba de dolor. Blandiendo el trepanador, de nuevo lo situó sobre mi cabeza ajustándolo como podía, puesto que yo no paraba de moverme lo que en buena medida podía, y volvió a golpearme. Esta vez no consiguió hundir de un solo golpe la pieza, pero el dolor era insoportable. Noté que tenía los dientes destrozados de apretar mis mandíbulas. Era tal el sufrimiento que solamente quería quedarme inconsciente para evitarlo, pero ese estado no llegaba nunca.

Volvió a la carga con mi cabeza y esta vez sí consiguió su objetivo. Se escuchó un ‘clap’ y pude sentir algo viscoso saliendo de mi cabeza, posiblemente fuera parte de la materia gris del mismo. Fue tal el salto que di ante semejante herida que pude soltarme los dos brazos al mismo tiempo de las correas. Pero aquello no estaba del todo bien, no podía sentir mis extremidades, no comprendía que había pasado. De pronto salto y libero los brazos y al momento no soy capaz de controlar ninguna de mis funciones motrices. Toda esperanza se desvaneció.

Mi cuerpo no era capaz de moverse de cuello para bajo. Aquel siniestro ser había anulado por completo todas mis funciones motoras y me encontraba postrado en aquella silla y liberado de todas las correas a excepción de las de la cabeza. Fue entonces cuando se percató de la rotura de los apliques de piernas y brazos cuando se dirigió a mí riéndose como no había parado de hacer en toda la terrorífica sesión. Me dijo con voz histérica que había llegado mi hora. Se acercó a mi cara y me liberó de todas las sujeciones que me mantenían erguido, incluso accedió a quitarme la bola de goma de la boca. Cuando fui a pronunciar unas palabras para insultarle, mi lengua no era capaz de moverse al ritmo que marcaba mi mente. El muy cerdo me había quitado también la capacidad para hablar. En ese momento deseé morirme allí mismo. Me había convertido en un cuerpo inservible, un despojo humano. Ensangrentado, con espasmos nerviosos, sin poder controlar mi cuerpo y lo que era aún peor, totalmente consciente de la macabra escena. Guiaba mis ojos hacía su cara para tratar de identificarle. Tenía que descubrir quién era aquel abominable ser y por qué me estaba asesinando de aquella manera.

Seguía teniendo colgado de su cuerpo aquel extraño instrumento que no había utilizado todavía y que yo estaba rezando para que no sucediera. Sin darse cuenta pasó tan cerca de lámpara que llegó a golpearla con la parte posterior del cuerpo del aspirador, haciendo así que la lámpara se precipitase contra la mesa de operaciones que estaba junto a nosotros. Primeramente golpeó en el borde metálico de la mesa haciendo que el halógeno estallara en mil pedazos incandescentes, los cuales fueron a caer sobre un tarro con un líquido que no me dio tiempo a averiguar qué era, puesto que según cayeron los primeros pedazos ardientes de cristal el tarro se volatilizó como si de una llamarada de fuego se tratase, alcanzando todo lo que se encontraba a su alrededor. Una parte de esa llamarada logró llegar hasta la bata de aquel ser, lo que hizo que rápidamente saltara hacia detrás. La risa parecía haber dejado paso al silencio. La parte inferior de mi silla se encontraba ardiendo porque parte del líquido inflamable había saltado sobre las patas de la misma. Era capaz de sentir el abrasador calor, pero era incapaz de moverme para zafarme. Cada vez veía y notaba las llamas más cerca de la piel de mis pies. Mi torturador en uno de los gestos para tratar de quitarse de encima la bata incendiada, tropezó y fue a golpearse con el pico de la mesa de operaciones en la cabeza. Su cuerpo yacía inerte en el suelo mientras un charco de sangre crecía a su alrededor. La bata se encontraba ya completamente en llamas y el líquido vertido por el suelo inundó su cuerpo. El cuerpo se encontraba en llamas, y el mío no tardaría mucho en hacerlo.

Las llamas habían alcanzado mis pies y el dolor era estremecedor, me estaba quemando vivo y solamente podía contemplar mi final atroz sin poder hacer nada por remediarlo. Cuando el fuego me había consumido parte de las piernas, miré hacia el techo de la habitación, lancé un suspiro y justo cuando iba a bajar la cabeza, pude observar en una esquina del techo el piloto rojo de una cámara que grababa aquella dantesca escena. Me quedé mirando fijamente a la cámara, pero no pude articular palabra alguna. Mis ojos se quedaron fijados en aquel testigo silencioso mientras se consumía mi cuerpo. No pude aguantar más el dolor y me desmayé.

Fin.

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