martes, noviembre 14, 2006

Travesía Salada

Travesía salada (primera parte)

La brisa de la mañana golpeaba nuestras caras mientras llegábamos al embarcadero en un antiguo jeep que nos habían alquilado en el pueblo. Por fin los 5 amigos de la infancia nos disponíamos a realizar el tan ansiado viaje surcando los mares a bordo de un velero. Uno de los cinco, Jim, había tenido la genial idea de montar el viaje meses atrás y el resto no nos pudimos resistir. Acordamos planificar nuestras pequeñas vacaciones juntos para poder atravesar durante 2 semanas varias islas australes. Ese había sido nuestro sueño desde que éramos niños. Pasábamos el día jugando a piratas y marinos, abordando barcos y atemorizando aldeas. Fue una época genial hasta que cada uno comenzó a marcharse a otras ciudades para comenzar sus estudios. Nos encontrábamos en un pueblo pequeño cerca de la ciudad de Bongaree, al oeste de Australia. Desde allí partiríamos para alcanzar el archipiélago de las islas australes. Nuestra primera escala sería en la isla de Nueva Caledonia.

Finalmente llegamos al embarcadero y allí nos esperaba un enorme velero de color blanco. Se podía ver en la popa ondear la bandera australiana. El brillante sol hacía resplandecer todos los objetos plateados de abordo. La imagen era maravillosa, todos nos quedamos con la boca abierta, callados, observando cada detalle de aquello que iba a ser nuestro hogar durante las dos próximas semanas.

Peter era el único de los cinco que tenía el título de capitán de barco, ya que todos sus estudios sobre ingeniería naval le habían llevado a tener algo más que pasión por el diseño de gigantescas moles flotantes. Para manejar este velero con 4 personas como tripulación era suficiente, y puesto que éramos cinco abordo, tuvimos que echar a suerte quién sería el que ocupara el maravilloso puesto de cocinero, por supuesto sin que el capitán entrara en el sorteo. Todos sabíamos manejarnos en alta mar, desde pequeños habíamos estado navegando con nuestros padres, de ahí la afición a los barcos, así que no habría mayores problemas en que uno u otro se pusiera a trabajar con los cabos, las velas y timón, pero siempre era necesario una autoridad, ese era el caso de nuestro querido y admirado Peter.

Después de tanto admirar aquella obra de ingeniería flotante, nuestro capitán se enfundó su gorra de jefe al mando y lanzó un grito al aire. Todos despertamos de la ensoñación en la que nos encontrábamos sumergidos y nos dispusimos a escucharle. Rápidamente ordenó ponernos a trabajar, lo primero era descargar todos los equipajes personales de cada uno, la comida y demás utensilios que habíamos cargado en el jeep. Parecíamos una caravana de bereberes del desierto. Lo cierto es que no llevábamos mucho equipaje personal, puesto que la ropa en una travesía de placer no sería un problema. Todo el día en bermudas y camisa, tomando el sol. Lo más importante era la crema solar y las gafas de sol, objetos imprescindibles para navegar. Por supuesto las cuchillas de afeitar se quedaron en tierra. Los cinco nos negamos a que viajaran con nosotros. Durante esas dos semanas seríamos solteros en toda regla.

Estuvimos un buen rato subiendo abordo bultos de todo tipo que nos harían falta durante nuestra larga travesía, incluidos los trajes de buceo. Teníamos pensado observar las maravillas de los arrecifes de coral hacía donde nos dirigíamos. También llevábamos una gran cantidad de carne congelada, puesto que no sólo de cerveza vive el hombre, y menos en alta mar.

Subimos el último paquete al barco y el capitán dio la orden de soltar los amarras. El viaje acababa de empezar para Peter, Jim, Jack, Phil y el que narra, Joe.

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