jueves, noviembre 23, 2006

Travesía Salada (Parte 2)

Lentamente nos alejábamos del muelle mientras cada uno ocupaba su puesto en el velero a fin de conseguir rentabilizar al máximo el viento que soplaba. Con las velas desplegadas con su mayor esplendor, nos dirigíamos hacía nuestro primer destino fijado, la isla de Nueva Caledonia. Allí pasaríamos algún día para reabastecernos de alimentos y combustible; siempre es bueno llevar a bordo por si el viento dejara de acompañarnos durante nuestra larga travesía. Peter había calculado 3 días de recorrido hasta llegar a la primera isla, así que como buenos marinos, cada uno había cogido una caña de pescar para matar el tiempo en alta mar, además de ser la opción perfecta para encontrar algo de comida fresca, porque el resto de las viandas estaban congeladas. Nos habíamos alejado lo suficiente de la costa como para no ver el muelle ni la playa que dejábamos atrás. Llevábamos una velocidad bastante alta puesto que el viento soplaba con fuerza. Aquella ligera brisa de tierra había dado paso a un torrente de aire fresco.

Estando absorto en aquella belleza del color azulado del océano, que podía divisar desde la popa del barco, sentado en mi silla para pescar, cuando escuché unos gritos que venían de la proa. Jack, Jim y Phil jaleaban a un grupo de delfines que habían aparecido delante de nuestra embarcación. Corrí hacia ellos para poder observar el espectáculo que nos estaban brindado aquellas criaturas. Era un grupo de 10 delfines, todos ellos nadando a gran velocidad y saltando fuera del agua con piruetas maravillosas. Sus lomos eran grises, y con el sol de la mañana, el reflejo del agua en sus aletas parecía convertirles en seres de níquel cuando salían a la superficie después de cada salto.

Peter se encontraba a los mandos del timón y parecía disfrutar con cada milla navegada. Incansable, no paraba un segundo para descansar; se encontraba fascinado por cómo aquella maravilla podía surcar el océano con tal ligereza y rapidez. Solamente cesó de su posición cuando Jim se acercó a él para ofrecerle una cerveza. La fiesta había comenzado; Jim había abierto la primera lata de cerveza y se acercaba la hora de la comida. Nuestro cocinero Phil se enfundó su ridículo gorro de cocina y bajó a los fogones mascullando y maldiciendo, pues no se quería perder la fiesta que habíamos montado en cubierta. Música rock en la radio y bebiendo una cerveza tras otra; el capitán tuvo que aminorar la marcha en vista del color que estaba cogiendo la escena. No era muy recomendable manejar aquel barco sin estar en plenas facultades.

Cuando íbamos por la cuarta cerveza Phil subió a cubierta repiqueteando una campanilla; era la señal que esperábamos ansiadamente, la comida estaba lista. El capitán precavido, recogió las velas para detener aún más nuestro avance y descendió al salón.

El cocinero nos había preparado un jugoso chuletón de vaca con unas patatas fritas, y por su puesto, la auténtica ensalada de Phil en el centro de la mesa. Era la típica ensalada normal con lechuga, cebolla, tomate y aceitunas, pero Phil tenía un ingrediente secreto que le daba un toque especial, la convertía sencillamente en un manjar.

Una vez sentados todos, comenzamos a saborear aquellas delicias de tierra que habíamos subido a bordo. Mientras comíamos, Phil mantenía una amena discusión sobre a quién le tocaría fregar y recoger todos los platos y cubiertos, puesto que él había sido el cocinero y como tal, su jornada terminaba al presentar los platos con la comida sobre la mesa. El resto le hacíamos caso omiso a propósito, como si no le escuchara nadie, lo cual le enojaba más, subiendo el tono y utilizando un vocabulario cada vez menos refinado. Por supuesto nosotros tratábamos de aguantarnos la risa como podíamos, hasta que por fin Jim rompió a reír y acto seguido el resto. Phil al ver aquella escena no tuvo más remedio que ponerse a reír con los demás. Finalmente decidimos entre todos que nos turnaríamos para recoger, pero que esta primera vez lo haría Jim, que para eso había sido el primero en caer aguantando la risa.

Terminada la copiosa comida, mientras Jim recogía toda la mesa, Phil prefirió subir a cubierta a tomar un poco el sol, pues se veía un poco pálido. Peter, Jack y yo nos fuimos a nuestros respectivos camarotes para echar una pequeña siesta; la cerveza y el vino de la comida estaban haciendo su labor.

Cuando desperté, lo que iba a ser una pequeña siesta se había convertido en un profundo y placentero sueño de 2 horas, y por lo que pude observar no fui el único en caer en las poderosas garras de Morfeo durante tanto tiempo.

Una vez arriba los cinco, decidimos que siendo pleno atardecer, no proseguiríamos más ese día, así que procedimos a detener completamente el velero y a prepararlo para la noche, aunque parecía totalmente en calma, la emisora marítima a primeras horas de la tarde anunciaba pequeños núcleos tormentos por nuestra zona y había que estar preparados.

Cuando tuvimos todo preparado para pasar la noche, la fiesta se trasladó al interior del velero. Phil ya había pensado el menú con el que nos deleitaría.

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