lunes, febrero 20, 2006

Larga Noche (Parte 3)

Pasaron dos largas horas de sexo sucio y desenfrenado, donde hubo espacio para todo tipo de posturas y acciones, incluso el uso de algún objeto adicional para la diversión. Sonaron cinco tonos en el reloj del salón, indicando que ya estaba apunto de terminar esa noche de locura, droga y sexo. Entonces Max, fue cuando despertó de su sueño, se levantó del sillón con mucho sigilo para no despertar a las dos chicas, totalmente desnudas, tumbadas a su lado, y subió por la escalera hacia el piso de arriba. Según caminaba por el largo pasillo, pasó delante de un gran espejo, se paró, miró fijamente, y se percató que tenía un gran arañazo cruzándole la cara de arriba abajo. En ese momento, su rostro comenzó a retorcerse y cambiar de color, gruñidos salieron de su garganta. Estaba enfurecido por la herida que le había hecho alguna de las chicas durante el maratón de sexo. Apartó la mirada del espejo, se llevó las manos al rostro, y cuando quitó las manos con los restos de sangre de la cara, lamió toda la sangre que las manchaba. Corrió hacia su habitación, al llegar a la entrada, se paró en seco, miró a su alrededor, y dirigió su mirada enfurecida a la vitrina acristalada del fondo de la habitación. Allí Max guardaba bajo llave unas cuantas katanas artesanales, traídas de sus viajes a Japón, debido a su gran pasión por las armas de filo tradicionales. Se acercó a la vitrina, y giró la llave que la custodiaba. Introdujo las manos con delicadeza y gran cuidado y agarró la de color azul con filigranas de oro. Fue la que trajo de su último viaje. La consiguió de manos de un artesano japonés, que vivía en una cueva, cerca del monte Fuji. Desenvainó la katana, y examinó su hoja, era muy brillante, y delgada como el pelo de un melocotón. Un rayo de luz golpeaba en el filo, y creaba una imagen brillante sobre la pared. En ese momento, Max, sonrió. Tenía los ojos desorbitados, y la mandíbula no paraba de temblar. Su cara estaba de color rojo, y su frente podía verse una gran vena hinchada que terminaba en la ceja izquierda. Estaba totalmente fuera de sí.

Salió de la habitación rápida y silenciosamente. En un momento se encontraba en el salón, totalmente desnudo, con los brazos levantados, blandiendo en alto la katana. Se colocó delante del sillón. De repente se percató de que solamente estaba una de las chicas en él tumbada, faltaba la otra. Tuvo un momento de duda sobre lo que debía hacer, pero no tardó mucho en recuperar el guión de su macabro plan. Fue entonces cuando levantó la katana, echó sus fuertes brazos hacia atrás, y bajando con gran fuerza y decisión, asestó un certero golpe en la mitad de la cabeza de la muchacha dormida. Su cabeza se abrió en dos partes como una manzana, y comenzó a fluir la sangre y salpicarlo todo. Max, tenía su cuerpo lleno de sangre. Se sentía bien, era como un dios, un dios vengador y tiránico. Miró de nuevo el cuerpo ya sin vida, y volvió a arremeter contra él fuertemente, dio varios golpes más, estaba eufórico. Cuando terminó con el último corte, el cuerpo estaba totalmente troceado.

Entonces escuchó el ruido de la cisterna del cuarto de baño, era la otra chica, habría ido a mear después de tanto sexo. Se escondió rápidamente detrás de las cortinas del salón junto con su amada y sangrienta katana, dejando el cuerpo ensangrentado, o mejor dicho, lo que quedaba de él. La segunda chica, abrió la puerta del baño, y fue hacia la cocina. Estaba totalmente dormida y resacosa de la noche anterior. Necesitaba un trago de agua, antes de volver a su dulce y placentero sueño. Llegó a la cocina, y fue directamente a la nevera. Max, salió de detrás de las cortinas y observó toda la acción. La chica se encontraba desnuda, con la puerta de la nevera abierta de par en par, y bebiendo directamente de una botella de leche que se había abierta del día anterior. Le caían gotitas de leche por el cuello, bajando rápidamente hacia sus pechos. Entonces, él apareció en la puerta. Katana en mano, la miró fijamente, y se acercó a ella, que todavía no había notado su presencia, seguía bebiendo leche. Se colocó justo detrás de ella, la agarró de uno de los dos pechos, y ella se sobresaltó por un momento, pero siguió bebiendo. Él, con la otra mano, levantó el arma, la agarro firmemente, y le asestó un gran tajo en el costado izquierdo. La botella de leche cayó instantáneamente al suelo y se deshizo en pedazos. Comenzó a mezclarse la leche con la sangre derramada del costado de la chica. Un gemido salió de su boca, y se desplomó contra el frío suelo. Max la miraba desde arriba, en pié, riendo a carcajada limpia. La cara de la chica era la cara del miedo, estaba totalmente aterrorizada, incapaz de decir nada, simplemente movía los ojos de manera espasmódica. La sangre no paraba de brotar de su costado. Soltó la katana y se abalanzó sobre ella, la violencia y sobretodo la sangre, le habían excitado. Abrió las piernas de la chica y comenzó a penetrarla mientras ella lloraba desconsolada. Cada vez que la oía sollozar, él se excitaba más, y penetraba con más ahínco. Le encantaba el olor y el sabor de su sangre, lamía los pechos ensangrentados de la chica, e incluso llegaba a mordisqueárselos. Justo en el momento en que Max se iba a correr, se levantó deprisa, se colocó justo de pié, encima de ella, y masturbándose, comenzó a correrse sobre la cara de ella. Ya casi estaba inconsciente, después de la cantidad de sangre que había perdido. Cuando hubo terminado de eyacular, cogió de nuevo la katana, la colocó sobre el pecho de la chica, y le realizó un corte que iba desde la garganta hasta el ombligo. Levantó la katana sobre su cabeza, y descargó todas sus fuerzas contra la cabeza de la chica, cortándola en canal. Su cuerpo, dejó de respirar, y su corazón se paró. Max, llevó la katana hacia la pila, y lavó su hoja para limpiarle toda la sangre. Una vez hubo terminado, se dispuso a darse una buena ducha para quitarse toda esa sangre que cubría su cuerpo desnudo. Dejó la katana en el salón, y fue a la ducha. Mientras se duchaba, le vinieron un montón de ideas a la cabeza para deshacerse de los cuerpos que yacían en su casa. Cuando terminó la ducha, se vistió rápidamente, y bajó para deshacerse de los cuerpos. Cogió el de la cocina el primero, puesto que era el que más entero estaba, lo metió en una bolsa plástico grande de la basura, y lo apartó en el salón. Después con otra de las bolsas, fue introduciendo uno a uno los restos ensangrentados del sillón. Introdujo todos los restos, excepto los ojos, pensó que era una buena idea quedárselos como recuerdo de la fulana. Cuando estuvieron las dos bolsas listas, las subió hacia el baño, las introdujo en la bañera, y se dispuso a rociar la bañera con ácido, para deshacer totalmente los cuerpos. Como el proceso duraría varias horas, sería estupendo dejarlo, mientras salía de casa para hacer sus asuntos. Se puso a limpiar los restos de sangre que había por todo el salón y la cocina, lo cual no fue tarea fácil, pero consiguió hacerlos después de un par de horas. Se arregló la ropa, cogió un tarro donde guardó los ojos que había cogido de recuerdo, y salió de casa. Todo había sido una noche perfecta, y por eso, se dirigía pletórico al trabajo. Bajó calle abajo dando un paseo, saboreando el espléndido sol que brillaba, se detuvo en frente de una iglesia, sacó una gran llave, y entró a su interior. Se encaminó hacia la sacristía, una vez allí, abrió la puerta del armario, y depositó el tarro con los ojos. El armario estaba lleno de tarros idénticos con órganos humanos. Cerró el armario. Se giró hacia el pequeño altar que había en la habitación, cogió la casulla que estaba doblada encima, se la puso por encima, y salió de la habitación. Cuando salió, vio que había llegado gente a la iglesia y ya habían tomado asiento. Se fue hacia el altar mayor, levantó las manos, y comenzó la misa...

FIN...

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